De safari en Tanzania: el cráter del Ngorongoro
Segundo día de safari en Tanzania- 3 febrero, 2019
- África, Tanzania
- Posted by Roberto
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El cráter del Ngorongoro es uno de los escenarios más particulares de Tanzania, una enorme caldera volcánica donde se concentra la mayor densidad de leones de toda África.
Tras la toma de contacto del primer día en el Parque Nacional de Tarangire, que no estuvo nada nada mal, tocaba entrar en faena en uno de los parques más famosos de Tanzania: El Ngorongoro.
Si eres fan de los documentales de animalitos seguro que te suena su nombre, pero igual es algo más complicado recordar su peculiaridad. El Ngorongoro se encuentra en el cráter de un viejo volcán, rodeado por las inmensas paredes de entre 600 y 700 metros de alto que forman la caldera, y en él se concentra una alta densidad de fauna que podrás disfrutar sin tener que buscarla mucho. Su superficie no es muy grande, unos 264 km², y la fauna que hay en el cráter no sale de él, por lo que la concentración de animales por km² hace que sea un básico en el norte de Tanzania.

El Ngorongoro: el Jardín del Edén
Llegamos a las puertas del parque temprano, el cráter está rodeado por una inmensa zona protegida de 8.292 km² donde también abunda la fauna, con bosques de película, con árboles enormes llenos de líquenes y vegetación que se amontona y se empuja por hacerse un hueco. Una zona verde como ella sola, a más de 2.000 metros de altitud, por lo que hace fresquito, y en la que los pájaros compiten por conseguir el trinar más original.
Tras atravesar varios kilómetros de bosque llegamos al borde del cráter y nos asomamos en su mirador. Ahí nuestro guía Nasch nos comenta que al Ngorongoro lo llaman también “El Jardín del Edén”, e inmediatamente lo entendimos a la perfección. Frente a nosotros teníamos una gran caldera redonda rodeada de paredones, y en el fondo un espectáculo de pastos, lagos y manadas de animales que se movían de un lado a otro. No podíamos esperar más ¡Queríamos bajar cuanto antes!

El cráter más vivo del mundo
La bajada tiene guasa y solo está permitido el acceso en vehículos 4×4. Un terreno roto y una fuerte pendiente no aptos para cualquiera. Y ya, nada más tocar el fondo de la caldera, nos encontramos la primera sorpresa: un enorme elefante macho con unos colmillos descomunales. El día anterior habíamos visto varios elefantes pero desde luego ninguno de este tamaño. Le hicimos unos dos millones de fotos, chispa más o menos, y continuamos nuestro camino.
El fondo del cráter es plano, en él hay un gran lago salado y varios más pequeños de agua dulce. Empezamos a atravesar grandes llanuras donde vamos dejando a nuestros lados manadas de ñus y cebras, parándonos al principio para sacar fotos y acelerando el paso conforme seguían y seguían hasta donde nos alcanzaba la vista. Pero de pronto ¡algo nuevo! Una hiena repanchingada en la hierba nos miraba con cara de no tener intención de mover ni un solo músculo para dejarse ver, así que no nos detuvimos mucho en ella. Más adelante había varios 4×4 detenidos en un mismo punto y eso en un safari siempre es buena señal, ahí pasaba algo, y todo indicaba que sería algo muy interesante.

Nuestros primeros leones
Cuando llegamos lo descubrimos con nuestros propios ojos. A un lado del camino: los restos de una cebra medio devorada; al otro lado: un león macho, joven, exhausto del atracón que se acababa de dar. Estaba tan cerca que oíamos perfectamente su respiración, acelerada como si acabara de terminar una maratón, y sin fuerza ni para abrir los ojos.
A lo lejos dos leonas tumbadas lo miraban, sin mucho movimiento, y al otro lado un grupo de hienas esperaba que el rey de la selva dejase de vigilar su presa para aprovechar el segundo turno de comidas. Nadie está tan loco como para osar robar un trocito de cebra, o al menos eso creíamos hasta que dos escurridizos chacales se llevaron un par de bocados sin quitarle ojo al león.
De pronto una de las leonas se levantó y con paso firme se acercó al león, se hicieron un par de carantoñas y se puso a beber de un charco. Quizá era su madre, o quizá no, igual su hermana o quizá su tía, pero eso nunca lo sabremos. La leona se acercaba a nuestro coche, cada vez más, y más… y así hasta que se tumbó a la sombra de nuestro 4×4. La teníamos tan cerca que al instante se nos metió por la nariz su potente olor. Y no lo olvidaremos jamás.

Emociones fuertes: cuando sientes que te ha tocado la lotería
¿Lo mejor? Qué el día no había hecho más que comenzar. Continuamos camino hacia la charca de los hipopótamos, así la llaman y ya puedes imaginar por qué. Cinco grandes y gordos hipopótamos venían a paso lento hacia el agua, muuuuy despacio, tanto que de pronto nuestro conductor arrancó el coche y Nasch nos dijo: “Hemos oído algo muy importante en la radio, ¡nos vamos!”.
Y efectivamente, no nos habíamos alejado ni 5 minutos y allí estaba, el animal más buscado y deseado de todo el Ngorongoro, el más difícil de ver, el más escurridizo, el más escaso: el rinoceronte negro. En ese momento sentimos que nos había tocado la lotería. No dábamos un duro por ello y allí lo teníamos, a tomar viento, sí, mucho más lejos que cualquier otro animal que hubiéramos visto hasta entonces, sí, pero la emoción nos recorrió el cuerpo.
En todo el parque se estima que hay poco más de 50 ejemplares y, para que te hagas una idea, en el Ngorongoro es donde más posibilidades hay de ver alguno. En el resto de Tanzania… olvídate. Con él nos quedamos embobados. ¿Que nos hubiera gustado verlo un poco más cerca? Por supuesto, pero fuimos felices de poder ver a uno de los animales en mayor peligro de extinción del mundo por culpa de la caza del ser humano.

Un picnic junto a los hipopótamos
Tras este subidón ¡La hora del picnic! La zona habilitada para ello es al pie de un lago donde entre bocado y bocado el entrenamiento lo ponen los hipopótamos que se sumergen en sus aguas. Se asomaron poco, pero algunos ojos, narices y orejas sí pudimos disfrutar.
Por cierto, lo habíamos leído en la Lonely Planet de Tanzania y lo comprobamos con nuestros propios ojos, aquí es recomendable comer dentro del coche ¿Por los monos? No, no había ni uno, sino porque aquí el peligro viene del aire. Varios milanos negros acechan a los turistas desde las alturas para lanzarse a arrebatarles sus bocadillos de las manos, por lo que si no te quieres llevar un buen susto, y un posible arañazo, lo mejor es que comas a cubierto.

La mayor densidad de leones de África
Tras el almuerzo retomamos la marcha y seguimos recorrido la caldera del Ngorongoro en busca de más animalitos, y no tardaron en aparecer. Primero vimos unos búfalos de lejos, a los que no les hicimos mucho caso, y después nos detuvimos de nuevo. A unos 200 metros teníamos un par de leones machos adultos y una leona, echándose literalmente la siesta. Más perezosos no podían ser. Pero la cosa se animó cuando a lo lejos vimos una nueva leona caminar hacia el grupo ¡pero no! ¡era un cachorro! Tan joven que era imposible saber si era león o leona, y allí que fue a recostarse junto a sus mayores.
En el Ngorongoro se concentra la mayor densidad de leones de toda África. En otros parques como el Serengeti hay más, por supuesto, pero en ningún otro sitio hay tantos por km², por lo que es sencillo verlos. Continuamos un poco más y ahora sí, esta vez mucho más cerca, teníamos a un león macho adulto luciendo su melena al viento, majestuoso, señorial, dueño de su casa y de todo el Ngorongoro. Qué cabeza, qué zarpas, qué pelazo ¡qué hermosura! Fue la guinda del pastel para una visita al Ngorongoro la mar de completa.
A partir de ahí pusimos rumbo a la salida pero no sin antes parar en un mirador desde el que contemplamos toda la majestuosidad del parque, con varios elefantes paseando entre la vegetación a lo lejos, como si fueran hormiguitas. Seguimos el camino y ¿qué pasa ahí? ¿Un coche parado y los turistas fuera de él? ¡Si eso está prohibidísimo! El 4×4 se había quedado atascado en el barro y no había manera de sacarlo. Sus esperanzas eran pocas hasta que aparecimos nosotros al rescate. Un cable, un poco de mañana, un tirón de nuestro coche y los turistas atascados no tuvieron que pasar la noche entre leones.

Felices por ser unos afortunados
Ahora sí, nos acercamos a la salida del parque mientras una furiosa tormenta nos alcanzaba, pero no sin antes volver a pasar por delante del león y la cebra que vimos por la mañana. Y allí seguía él, exhausto, con la respiración igual de acelerada, y con la misma poca fuerza que entonces. Había sido un día inolvidable, habíamos visto de todo, hasta al escaso rinoceronte negro, y eso nos hacía sentirnos afortunados. Por el mero hecho de estar aquí ya nos sentimos unos privilegiados y ojalá todo el mundo tuviera la oportunidad de conocer la fauna africana así, en su casa, en su hábitat natural, salvaje y en libertad.
Tras atravesar un pequeño bosque de acacias amarillas tomamos la carretera de salida del cráter. Una vez arriba solo quedaba volver a rodear la caldera para llegar a nuestro alojamiento, el Ngorongoro Rhino Lodge, dentro de la zona protegida, y esperar (sin éxito) a que algún búfalo o algún elefante se dejase ver frente a la terraza de nuestra habitación. No habría estado mal, pero saber que aún nos quedaban tres noches durmiendo dentro del Serengeti nos alivió la pena, y allí que nos dirigimos al día siguiente.
3 Comments
Me muero con las fotos tan bonitas!! Felicidades 🙂
¡Gracias Nuria! Es que es un sitio tan espectacular que habría sido un crimen no traernos ese recuerdo 🙂