Cosas bonitas del viaje: un mes con los niños de Mátale
- 28 junio, 2018
- Notas de viaje, Sri Lanka, Vuelta al Mundo
- Posted by Roberto
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La guinda del pastel en nuestra vuelta al mundo la puso Sri Lanka y los niños de Mátale, donde pasamos un mes colaborando en una casa de acogida.
Llevábamos meses viajando por el mundo y sabíamos que volveríamos a casa por Navidad, como el turrón, las comilonas, los kilos de más y tantas otras cosas que prácticamente ya habíamos olvidado.

Queríamos que ese viaje no sólo fuera enriquecedor para nosotros y teníamos claro que queríamos echar una mano donde pudiera ser útil. Miramos y buscamos posibilidades de en diferentes ONG, tanto en India como Nepal y creo recordar que incluso en Madagascar, pero la mayoría pedía una implicación de una duración que nosotros no podíamos ofrecer en ese momento. Buscando buscando, y gracias a la Fundación Gomaespuma, dimos con la Assisi Boy’s Home en Sri Lanka. Una comunidad de hermanos franciscanos que trabaja en el país de “la lágrima de India” dando hogar a los más jóvenes que por una razón o por otra necesitan de su acogida.
Sonaba perfecto, nos pusimos en contacto por email con el responsable de la casa de la localidad de Mátale, el hermano Selva, y allí que nos fuimos.

Casi 50 niños, de 4 a 18 años
Estaba decidido, pasaríamos el mes de diciembre de 2016 en la Boy’s Home de Mátale. Unos días antes, mientras aún viajábamos por el país para conocer los encantos de Sri Lanka, aprovechamos que pasábamos cerca de la casa para acercarnos, conocernos todos y ver cómo iba a ser todo aquello.
Rodeamos la casa despistados sin saber si era allí o no. Varios niños se agolpan tras una valla metálica y nos saludan en inglés “Hi!” “Hi!”. Hablan entre ellos en tamil, o en cingalés, eso nunca lo sabremos, y nos siguen hasta que llegamos a la puerta. En el momento en el que giramos y entramos en la casa todos explotan entre gritos y abrazos de alegría. Cuando vimos eso la emoción nos recorrió el cuerpo. No teníamos ni idea de qué íbamos a hacer en aquella casa, pero desde luego merecería la pena.

El hermano Joseph y el hermano Selva nos recibieron y nos contaron qué era la Assisi Boy’s Home. Entendiéndonos más mal que bien nos enseñaron la casa y nos presentaron a algunos de sus habitantes. Y cómo no, nos invitaron a un té ceilandés con unos cuantos dulces. Nos explicaron que la casa llevaba allí unos 50 años, que su comunidad franciscana acogía a niños de diversas edades y que les proporcionaban techo, cama, comida, un lugar donde hacer sus deberes, un sinfín de actividades y una disciplina férrea desde la más temprana edad. Todo, claro, entre rezos y misas en la capilla de la propia casa.

Las razones por las que llegaban allí los niños eran de lo más diversas. Algunos eran huérfanos, de padre, de madre o por completo, otros pertenecían a familias pobres y otros incluso eran el primer hijo de una mujer que había contraído matrimonio por segunda vez, y en esa nueva familia los hijos del primer matrimonio no tienen cabida. Increíble pero cierto.
Los más pequeños llegaban con 4 años, incluso el pequeño Roshan llegó allí con sólo 2, y por lo normal permanecen en la casa hasta que cumplen 18.

Descubriendo la Boy’s Home de Mátale
Tras aquella rápida toma de contacto terminamos nuestro viaje por Sri Lanka y volvimos a la casa para quedarnos hasta nuestro regreso a España.
Allí tuvimos nuestra propia habitación y nuestro propio baño, todo un lujo, y cada día desayunábamos, almorzábamos, tomábamos el té y cenábamos con los hermanos Selva y Joseph. Tanto mimo, cuando los niños dormían en barracones y cada día comían arroz con alguna otra cosa no nos hacía sentir muy bien, pero no negaremos que disfrutamos hasta el infinito con la comida tradicional ceilandesa con la que cada día nos deleitaba “Ama”, una de las dos mujeres que cuidaban y alimentaban a los niños.

Desde el primer día nos quedó claro que aquella casa funcionaba gracias a unos horarios estrictos y una disciplina que se transmitía de mayores a pequeños. A las 5 de la mañana amanecía y a esa hora ya había un turno para barrer toda la casa. Después desayuno, oración, aseo y al colegio, cada uno con su uniforme correspondiente. Dependiendo de la edad y de la religión de cada niño acudían a un colegio u a otro, porque sí, aunque allí todos parecieran cristianos la realidad es que entre ellos podía haber hinduistas, budistas, musulmanes… eso no parecía importar.

Para vestirse cada niño tenía un par de camisetas, más o menos raídas por lo general, y un par de pantalones cortos. Unas chanclas, normalmente hechas añicos, eran el calzado diario. Eso sí, la ropa del colegio, con camisa, pantalones largos y zapatos de cordones estaba siempre impoluta y sólo se utilizaba para ir al colegio. En cuanto se vuelve a la casa todos se cambian y vuelven a sus chanclas.
Todo el día estaba programado, de principio a fin, cuando no tocaba limpieza tocaba hacer los deberes, cuando no lectura y si no cualquier otra cosa. Los ratos libres se aprovechaban en el terreno que hacía de campo de deporte, donde se jugaba al fútbol o se improvisaba un partido de cricket. Por lo que de primeras nos costó un poco encontrar un hueco con el que justificar allí nuestra presencia.

Candela, Roberto y los niños de Mátale
Por suerte las vacaciones de Navidad llegaron, los niños dejaron de ir al colegio y aunque algunos se fueron a pasar unos días con su familia (sí, muchos de ellos tienen familia) los que se quedaron tuvieron mucho más tiempo libre, y ahí estábamos nosotros para aprovecharlo.

Fuimos al pueblo, compramos un paquete de folios, el hermano Selva nos dejó un par de cajas de colores y nos hartamos a dibujar con los más pequeños. Con alguna cámara de fotos que había llevado la Fundación Gomaespuma en uno de sus Summer Camp hicimos un curso de fotografía y, tras darle muchas vueltas, nos lanzamos a publicar un periódico ¡Ni más ni menos! Hablábamos de algunos eventos de la casa, los niños hacían entrevistas y muchos se lanzaron a escribir en inglés sus propios “myself”, una descripción personal de cada uno que solían hacer en las clases de inglés del colegio. La última página, cómo no, la reservamos para juegos y dibujos, con sus sopas de letras y “une los puntitos” incluidos. Los diseñamos en nuestro portátil, íbamos al pueblo a imprimirlos y los repartíamos a todos en la casa. Sólo nos dio tiempo a publicar dos números, pero el invento hizo que los niños se animaran cada vez más a participar y estamos convencidos de que podría haber tenido muy buena continuidad.

Nuestra misión con ellos en el día a día era la de hablar inglés todo lo posible, ya fuera dibujando o jugando al pañuelito en el campo de juego. Poco más podíamos hacer (bueno sí, ¡un periódico! y también aprovechamos para ponerles películas en inglés), pero sobre todo nos empleamos a fondo en hacerles caso, en darles cariño y a estar con ellos. El ambiente entre ellos era muy bueno, los mayores cuidaban de los pequeños, pero lo que mejor sabían hacer día tras día era pelearse entre ellos. Una y otra vez. Así que una alternativa pacífica como nosotros no les vino nada mal.

La despedida 🙁
El tiempo pasaba. El hermano Selva nos invitó a conocer durante unos días la otra casa de acogida que tienen en la costa este del país, en Batticaloa, y allí pasamos unos días con un nuevo grupo de niños, mucho más reducido y de prácticamente nulo inglés. Allí el idioma sí fue un problema, los niños nos hablaban en tamil y a nosotros se nos quedaba la cara a cuadros.
Hicimos todo lo posible por hacer que nuestra estancia en la Assisi Boy’s Home fuera lo más productiva posible. Dejamos una aportación económica para ayudar con el desarrollo de la casa y agradecer el esmerado cuidado que habíamos recibido durante todo ese tiempo, pero siempre nos parecerá poco.

Nuestro final en la casa de Mátale fue más rápido de lo esperado, por enfermedad de un familiar adelantamos nuestro vuelo a España unos días por lo que de pronto nos estábamos despidiendo de los niños tras haber pasado un mes entre ellos. Es posible que los únicos que llorásemos fuéramos nosotros, pero sus risas y sus abrazos nos dejaron muy claro que estar allí, compartiendo nuestro tiempo con ellos, fue una de las mejores decisiones que tomamos durante nuestra (primera) vuelta al mundo.
Si quieres vivir una experiencia como la nuestra no dudes en ponerte en contacto con nosotros, haremos todo lo posible para que los niños de Mátale también puedan disfrutar de tu compañía. ¡Anímate!

2 Comments
Me ha encantado, no todos tienen oportunidad de vivir y compartir una experiencia tan gratificante….enhorabuena
Nos acordamos muchísimo de nuestros sobrinos, creo que pasar un tiempo allí con ellos sería básico para cualquier niño de nuestra sociedad… la visión del mundo cambiaría por completo para ellos.